EL ZOMBIE QUE DUERME EN UN CAJERO
Roberto Ignacio Perramón (RIP; Boby para sus íntimos), es un tipo común, vivaz, que disfruta el momento en el lugar que le toca, aborrece la política, cumple sus obligaciones y no molesta a nadie. Administra bien lo que gana y se empeña en proclamar que nunca nadie le regaló nada. Boby es un tipo de mucha fe. Memoria no. Reconoce que tiene poca. Y padece una pesadilla recurrente sobre el olvido. Siempre despierta asaltado por la misma angustia: “¿qué se me pasó por alto? ¿qué tenía que hacer? ¿qué pude haber hecho y no hice, y en qué momento?”. En la pesadilla -anoche ha vuelto a tenerla- se ve a sí mismo sin comida ni trabajo, sin techo (sin remedio): es el amanecer del día más largo de su vida; ha pasado la noche cubierto por un cartón-frazada, en el cajero automático de la esquina del barrio, y al despuntar el alba camina por la ciudad que de a poco se va llenando de gente. Unas cuantas personas con las que se cruza parecen asustarse de él como si vieran a un zombie; muchas tiemblan, todas le rehuyen, calladitas, expectantes, curiosas o culposas: cada uno lo evita y apura el paso con miedo de algún mordisco o algún remordimiento. Y toman distancia de Roberto Ignacio Perramón, Boby, RIP, un pobre nadie vagando a los tumbos por la ciudad. En su mal sueño ve a la gente inmensa e inmersa en una feroz mayoría que si no lo evita lo atraviesa con su indiferencia. O peor: celebra, desprecia y condena al Boby vagabundo, indigente, peregrino de la escarcha. En la pesadilla lo juzgan, y se ve condenado por su hambre sin remedio, su imperdonable orfandad. Después de mendigar toda la jornada, ya en el ocaso, Boby regresa al cajero automático y se acurruca en posición fetal para no escuchar el murmullo creciente: son sus viejos, los hijos, sus mejores amigos, los compañeros de trabajo, algunos buenos vecinos del barrio, la mujer que ama: todos parecen zombies que después de haberse mordido a sí mismos con rabiosa voracidad se han infectado mortalmente, y llegan a esperar turno en el cajero del banco, arrastrando sus cartones frazada, sus telegramas de despido, sus tarjetas vencidas, sus notas de desalojo; en fin: las propias pesadillas, cada quien repitiendo iguales preguntas: “¿qué se me pasó por alto? ¿qué tenía que haber hecho? ¿cuándo debí hacerlo? ¿cómo se me olvidó?”; unas preguntas que en su pesadilla le asfxian el alma a él, Roberto Ignacio Perramón, Boby para los íntimos. RIP.
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