CRÓNICA DE SÍMBOLOS RECUPERADOS
Cuando llego al salón de SUTEPA mi objetivo es aportar un
par de narraciones a la “Celebración de la Brevedad II” que organiza Macedonia,
la editorial de Fabián Vique. Ya hay mucha gente: un bullicioso grupo se abre y
dos o tres colegas me integran con mezcla de ternura y efusividad. Los conocidos
presentan al resto, y pronto estoy multiplicando el rito con escritoras, editores,
docentes, talleristas y lectores que llegan de capital, provincias y el
exterior. La cordialidad no debería sorprender. Pero cuando el ‘sálvese quien
pueda’ consigue agrietar el espacio entre los cuerpos, entonces las almas van
enfriándose, arrinconadas y solas, y todos naturalizamos el maltrato. Así que esta
celebración de lo breve ya recupera un símbolo: el viejo y querido abrazo
argentino.
Al ingresar en el auditorio aprecio (y es la palabra) una
mesa muy bien dispuesta, flanqueada por dos banners: uno da cuenta
de que Macedonia viene publicando buena literatura desde 2008. El otro
identifica al salón de actos -que gestionó Juan Romagnoli- como propiedad de un
gremio. Semejante convergencia de cultura y sindicalismo me confirma que algo
bueno sucede o está por ocurrir, puesto que son dos actividades que nos hablan
de inteligencia y sensibilidad, una, y de compromiso solidario la otra. Así descubro
un nuevo símbolo recuperado: la creación artística y la defensa de condiciones
de trabajo dignas, en un mismo evento, conviviendo en la ciudad de la furia, en
esta Argentina que somos. Modesto milagro pero milagro al fin.
Este 11 de septiembre es una fecha especialmente difícil para
muchos de nosotros: hoy se celebró el Día del Maestro, y hubo protesta en la
calle porque se compraban legisladores para que vendieran a los jubilados. Por
estas horas la policía rociaba con gas pimienta los ojos de un abuelo de 75
años y los de una nena de 10. De veredas tan sangrientas muchos llegamos a
este evento literario. Y entonces, ahora, me miran esos rostros en blanco y
negro. El banner del sindicato eterniza fotos de afiliados detenidos –
desaparecidos en la última dictadura, con una frase que recuerda: “sin memoria
no hay verdad ni justicia”. Es el tercer ‘símbolo recuperado’ (que no el último)
al final de una extraña jornada.
Esta crónica no auspicia mayores optimismos acerca de la bonhomía de las multitudes, el futuro del trabajo digno, el arte como condición suprema, el final de la crueldad, o una política higienizada de advenedizos corruptos. Sólo abarca un momento breve (como la ficción que se celebra) en esta ‘Ciudad Autónoma’ cuyos habitantes practican, en amplia mayoría, formas de vida y de(s)trato proclives al individualismo y la banalidad. Pero la fiesta macedónica existió, se percibía, pudo olerse, escucharse, saborearse, y perdura en las almas de todos y en el cuerpo de cada uno.
Estoy reportando aquí milagros casi imperceptibles
pero bien concretos: verdaderos símbolos recobrados. Espacios que se reinventan, ensanchan y habitan con esperanza. En alguna medida es abandonar las protestas confortables ¿y tranquilizadoras? de las redes sociales, reivindicar el diálogo, los debates abiertos, las disidencias teóricas y la inclusión física de los otros, de nosotros, en espacios públicos. Y los hechos que se narran demuestran que estas cosas ocurren y se van multiplicando. ¿Importa más entonces lo simbólico o lo
material? Cada lector deberá decidirlo. Quien escribe es el último en
enterarse. Cuentan que Hesíodo en la Grecia clásica les preguntó a las Musas:
“¿Cómo puedo perfeccionar mi oficio de contar la vida?” Y ellas le aconsejaron:
“Debes salir a narrar cosas que no son ciertas, pero que son verdad”. Hasta
aquí mi humilde intento.
Edgardo Ariel Epherra